miércoles, 2 de septiembre de 2009

ALGO PA KE ANALISEN;

Existe una soberana confusión sobre el particular. De anarquistas militantes hay pocos, pero de anarquistas pasivos hay millones dentro de la Humanidad, con la rara condición de que éstos apenas sí se han enterado. El Anarquismo es el grito de independencia y dirigido a la conciencia de todo ser humano consciente de su yo. Los hay que han abrazado la Idea propagando y enalteciendo el Anarquismo; también los hay que lo propagan, pero no lo entienden en toda su profundidad filosófica y analítica. Entre éstos y los primeros existen enormes fosos que los separan, pero en lo etéreo hay mucho que les une. El Anarquismo es un faro que ilumina al hombre y le recuerda siempre que es un ser libre. Pero convertir al Anarquismo en una doctrina política, con más o menos ribetes de contenido social, es una solemne estupidez. El Anarquismo es el motor que impulsa la maquinaria inmensa del cerebro del hombre, de todos los hombres, pero no en la misma medida a todos ellos con la fuerza; arrolladora que produce en aquellos cerebros privilegiados, que en todos los campos del saber y del hacer se manifiesta en miles y miles de formas y condiciones. Tampoco el Anarquismo es una religión, con sus decálogos, sus principios y su liturgia; quienes así interpreten al Anarquismo lo desnaturalizan. En cambio, las ideas ácratas impregnando de sus conceptos de la Libertad y autenticidad al hombre y trabajador al mismo tiempo -el Anarcosindicalismo-, le señala el camino para que encuentre las condiciones aptas para defenderse y manumitirse del poder de quienes le explotan. Los trabajadores, en tales condiciones, y practicando el pacto federal entre iguales, respetando al pie de la letra lo que tal pacto conlleva, están en condiciones para administrar, con plena conciencia, lo que les compete como entes que forman parte de la Sociedad y de la cual son los que soportan las más pesadas cargas.

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